Muchos ejecutivos con los que he conversado en los últimos años, se han referido en forma peyorativa a los encuentros de planificación estratégica que habitualmente se realizan en esta época del año en algún hotel fuera de Santiago. De estos gerentes, los del nivel superior me han expresado sus quejas respecto del valor agregado que obtienen. Es más, algunos me dicen que es una pérdida de tiempo, ya que nada nuevo surge.
Los del nivel medio me dicen que es un sufrimiento. Que van a sólo escuchar críticas y cortes presupuestarios. “Con decirte que ya revelo sólo lo esencial, con tal de que no me ‘destruyan’ mi plan”, me comentaban algunos.
“Bueno, es que es una costumbre en la empresa. Lo hacemos desde hace años y además todo el mundo lo hace también.”, me dicen.
Si lo anterior fuera un hecho generalizado, cosa que así lo creo, sería muy preocupante. Pareciera, que hemos convertido la planificación estratégica en el paseo anual de curso. O en un ritual que tiene una esperanza mística de que algo bueno a lo mejor va a salir.
Si el objetivo de estos encuentros anuales de planificación estratégica es socializar, entonces lo que tenemos que hacer es llamarlo tal cual.
Sin embargo, si el objetivo es realmente tener un encuentro de reflexión estratégica. Que genere nuevas ideas acerca de cómo crear valor, generar ingresos o márgenes como los de antaño, nuevos conceptos de negocio, etc. Entonces es necesario innovar en el proceso.
Primero, no es posible pensar que “va a salir algo nuevo” si el proceso se concentra en un mes en el año. Tampoco si es que en ese mes, lo único que hacemos es trabajar en preparar el FODA.
Tampoco si lo único que hacemos es escuchar presentaciones sobre los planes y presupuestos basados en esos FODA’s. No tengo nada contra el FODA, muy por el contrario, sin embargo éste proceso en general se ha transformado en algo mecánico, extrapolativo. Ya no incorpora la observación proyectiva, creatividad, curiosidad, ambición, espíritu emprendedor, pensamiento lateral, etc.
En segundo lugar, necesitamos dar cabida, durante todo el año a conversaciones profundas. Sobre las discontinuidades económicas, sociales y tecnológicas que se están produciendo, sobre los dogmas del mercado, otros modelos de negocio que podríamos incorporar en nuestra empresa. También sobre necesidades insatisfechas de clientes que ellos no han sido capaces de estructurar. Lo que pasaría si viéramos a nuestra empresa como un conjunto de competencias, etc.
Sólo de esta forma podremos dar origen a una planificación estratégica que tiene más de estrategia que de plan o presupuestación.