Muchas veces me preguntan cómo definir las metas. Mi respuesta siempre apunta en la dirección de estas cuatro recomendaciones.
Sí, porque la idea detrás de una meta es mover la organización a cumplir mis objetivos estratégicos. Por definición, un objetivo estratégico es una aspiración o fin último por lograr. Yo no lo tengo hoy, porque es parte de mi nueva estrategia, pero ambiciono lograrlo. Por ello, las metas tienen que empujar a los miembros de una empresa a conseguirlas.
Aquellas demasiado ambiciosas pueden terminar provocando que la gente simplemente tire la toalla al suelo y renuncie a esforzarse para lograrlas.
Pero, qué hay con esto que debemos visionar siempre un futuro distinto, revolucionario, disruptivo, innovador. Cierto, así es, sin embargo, podríamos dosificar en el tiempo el logro y no de buenas a primeras.
La colocación de metas no es un ejercicio matemático. Es un proceso motivacional. Por eso debemos buscar la forma, el modo de hacer que las personas se comprometan con la que coloquemos.
Nuevamente, buscando el lado humano, las metas debieran ser conversadas con el colaborados. Eso no es un signo de pérdida de poder o de debilidad. Al contrario, es una forma de demostrar empatía con el otro. Y, por otra parte, es una manera de poder entender mejor qué necesita el colaborador para cumplir lo que le estoy pidiendo.
Las personas, cuando piensan en sus metas, están pensando en lo que pueden hacer con los recursos que tienen. Sin embargo, quien las coloca está pensando más allá. Por ello, una conversación alrededor del proceso de definición es altamente recomendable.
En efecto, la colocación de indicadores y metas tiene que basarse en un principio básico: que la persona pueda actuar sobre ella. Nada sacaríamos con asignarle a un bodeguero, por ejemplo, una meta de un cierto % sobre el margen EBITDA, si esa persona no tiene cómo moverla. El bodeguero no solo no entendería que es el EBITDA, sino que además hay una parte de la ecuación (el lado de los ingresos) que él no sabe cómo aumentar.